En las civilizaciones más antiguas, siempre existe el culto a una gran deidad que está ligada a los orígenes de la vida. Ella es el cosmos, la Tierra como mundo, como naturaleza y como suelo. En los pueblos americanos originarios de los Andes Centrales, esta poderosa divinidad recibe nombre es Pachamama. Diosa del inframundo, de las profundidades de la tierra, ella provee y protege; su culto, aún vigente, se relaciona con los pedidos o agradecimientos por la fertilidad y el crecimiento. O sea, con la vida, ni más ni menos.
La Pachamama no mora en un lugar específico, por eso las ofrendas que se le hacen se colocan en sitios variables. También recibe tributos diversos. Puede ser que se la homenajee entregándole una parte de la cosecha que se ha logrado con su ayuda o la lana de un animalito que ella ayudó a criar; con comidas o bebidas que entregan a la tierra en su honor. Así es en nuestros tiempos. Porque las ofrendas a esta diosa ctónica son ceremonias antiquísimas que vienen de muy lejos: quechuas y ayamaras sacrificaban para ella llamas, guanacos y vicuñas, le ofrecían hojas de coca y chicha. Hoy por hoy, en las laderas de los cerros pueden verse unos montoncitos de piedra llamados apachetas, que tanto sirven de guía a los viajeros como de altares en donde se depositan regalos de diversas características: cigarros, aloja, yerba o comida. Así, la Madre Pacha ayudará a los viajeros para que puedan completar su camino sin sobresaltos. En el momento de la siembra y la cosecha o cuando se marca el ganado, se cava un hoyo y en él se depositan las ofrendas a la gran Madre… Esto es lo que se llama corpachar o dar de comer a la tierra. Pero, además de estas ceremonias íntimas que se llevan a cabo en cualquier sitio y momento, la gran fiesta comunitaria de la Pachamama tiene su día y su lugar establecidos. En nuestro país, es el 1º de agosto y el festejo central se realiza en Amaicha del Valle, 160 km al noroeste de la ciudad de Tucumán.
En nuestra región, la veneración a la Pachamama es la más popular de las creencias que nos legaron los Incas y que aún perdura. Pese a la violencia ejercida por los conquistadores, el culto a la Madre Tierra se mantuvo en la vida espiritual de las comunidades aborígenes y en su honor se celebran tradicionales rituales campesinos. Hay un cierto sincretismo entre su figura y la de la Virgen en las provincias de Salta y Jujuy. Allí, aunque las procesiones están encabezadas por un sacerdote que marcha junto la imagen de María, la ceremonia se asemeja más a los rituales indígenas de la Pachamama que a los de la cristiandad. En efecto, la Virgen no guarda relación alguna con las ceremonias de fecundidad de la tierra y, en tanto símbolo de virginidad, incluso casi se contrapone a ellas.
No hay imágenes de la “Pacha”, su nombre no ha cambiado y hasta la forma de rendirle culto parece mantenerse similar desde tiempos remotos. A la Madre Tierra le pertenece toda la cosecha. A lo largo de todo el mes de agosto se la invoca chayando las casas, sirviéndole coca, alcohol y las puntas de las orejas del ganado al pedirle por su producción. La “Pacha” acompaña el nacimiento de los niños y también la despedida de los muertos ya que es la madre universal, la generadora de todos y de todo, la gran dadora de vida. A ella se le pide bonanza para el año que comienza: que haya trabajo, salud, abundancia.
En el mes de la Pachamama, venga al ECuNHi a celebrarla en comunidad.
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